domingo

Argentina

Hacia el estado policiaco

 

Por Gabriel Boragina ©

Hasta la llegada de los Kirchner al poder, la Argentina era un país con un sector público altamente ineficiente, torpe y enormemente costoso. Estas, digamos, han sido desde siempre, las características que se atribuyen a la bien llamada burocracia. En tanto que el sector privado, si bien compartía en algunos casos ciertos vicios similares a su par público, mantenía en general, una cierta dosis de flexibilidad. Si medimos la burocracia en una escala que vaya del 1 al 10 siendo 1 poca burocracia y 10 la burocracia total, podríamos obtener el siguiente esquema anterior al asalto de los Kirchner al poder:

SECTORES

GRADO DE BUROCRATIZACIÓN DEL PAÍS

SECTOR PÚBLICO

6

SECTOR PRIVADO

4

 

 Podemos  decir, a ciencia cierta, que esta situación se ha modificado sustancialmente durante la "era Kirchner" dando el siguiente resultado:

SECTORES

GRADO DE BUROCRATIZACIÓN DEL PAÍS

SECTOR PÚBLICO

8

SECTOR PRIVADO

7

 

O sea, la burocracia ha crecido en dicha etapa en una forma fenomenal, tanto como un 33,33 % en el sector público, dato ya de por si preocupante. Pero lo verdaderamente alarmante en el periodo considerado, es el disparado aumento de la burocracia en el sector "privado" que se alza con un impresionante 75%.

Sería sumamente extenso desarrollar aquí en forma minuciosa todos los parámetros que tenemos en cuenta para arribar a los porcentajes indicados en los esquemas de arriba. Pero creemos que cualquier lector que viva en la Argentina y que trabaje -ya sea en forma dependiente o independiente- en un lapso medianamente prolongado,  podrá dar ejemplos de esta realidad.

En nuestra habitual actividad jurídica estábamos –lamentablemente- acostumbrados a la lentitud, mal trato, obstaculización constante y permanente, que sufrimos a diario en oficinas públicas, tribunales, reparticiones y demás dependencias administrativas y/u oficiales del llamado sector público (y que como hemos dicho muchas veces, debería denominarse con alguna mayor precisión, sector estatal, ya que los privados –sea en forma individual o conjunta- también prestan servicios públicos). 

Lo que, de alguna manera, es "nuevo" para nosotros -y ya no nos sorprende (sino que pasamos de la sorpresa a la alarma)- es ver cada vez con mayor frecuencia ese tipo de vicios (y muchos otros similares) en empresas y comercios privados. En efecto, ya sea que intentemos abrir una cuenta simple de caja de ahorros en un banco "privado" tanto como que pretendamos contratar cualquier servicio (de consumo o laboral) se ha transformado prácticamente en una empresa casi imposible, por la multitud de requisitos que se exigen y que, en su mayor medida, oscilan entre lo innecesario y lo absurdo (teniendo en cuenta lo que se quiere contratar), sin contar lo costoso en tiempo y dinero de los trámites insumidos. Pocas veces como en el tiempo que analizamos, la empresa "privada" argentina se ha parecido tanto a las tristemente célebres empresas públicas del estado intervencionista.

Tratar de iniciar un reclamo para lograr la reparación de un servicio (por ejemplo, el de Telefónica) puede implicar de uno a dos meses de tramitación. Y aun así, no haber podido ni siquiera dar comienzo al trámite. Tal es lo que nos sucede en nuestro caso particular, en el que hace ya dos meses que estamos sin servicio telefónico, el que fue interrumpido de improviso por tal empresa "privada" pese a estar al día en el pago de todas las facturas. Las oficinas de Telefónica de Argentina  se niegan a recibir reclamos por escrito; y sin línea telefónica –obviamente- es imposible hacerlo en dicha forma, llegando al paroxismo cuando al intentar requerirlo llamando desde otra línea, una grabación nos advierte que para "tomarnos el reclamo" debemos llamar desde la línea que esta sin servicio (!!!), para luego cortarnos de inmediato sin darnos ninguna otra opción.

Al intentar quejarse en el "ente regulador" nos solicitan una cantidad de documentos, copias certificadas por notario público, declaraciones juradas, etc. que de efectivizarse nos insumirían un tiempo y un costo que superaría holgadamente a de las facturas telefónicas de los últimos seis meses. Si intentamos cambiar a otro proveedor, sorprendentemente los requisitos son prácticamente idénticos. Y así por el estilo.

Particularmente llamativo, en el todavía llamado sector "privado", es la cada vez mayor exigencia de documentación acreditante de la identidad de la persona que reclama o que busca contratar. Es más importante saber "quien" va a contratar el servicio que vender el servicio en sí mismo. Lo curioso es que los requisitos no giran en torno a acreditar la solvencia del potencial cliente, sino a "saber quién es" el consumidor que desea comprar o contratar. Se indaga sobre la persona y no sobre su patrimonio. En el mundo comercial esto es un absurdo, porque en un mercado libre no interesa para nada quien es el que contrata, sino que lo relevante es -para el que compra- que el producto sea bueno y barato y -para quien vende- que el precio obtenido sea el esperado. En Argentina esto está siendo al revés. Muchas empresas y comercios desprecian a potenciales consumidores solventes si tienen dudas sobre su identidad, pese a demostrárseles que se posee el efectivo y el patrimonio suficiente para responder a lo pactado.

Es cada vez más frecuente observar en las solicitudes de servicios "privados" la exigencia de un sinfín de datos fiscales relativos a la persona del potencial cliente. Lo importante pues, reside en la identidad del contratante y su situación o condición fiscal. Su solvencia y voluntad de cumplimiento en el caso de un contrato de servicios, es completamente secundaria, cuando no totalmente irrelevante.

Todo lo cual es un índice de grave intervencionismo estatal que ha llegado hasta lo más profundo de la actividad privada. Sucede que las exigencias fiscales son tantas y las penas y sanciones para aquellos que no las obedezcan son tan severas que todo el mundo las teme. En la disyuntiva, muchas empresas y comercios prefieren no vender a verse sancionados por no cumplir con los requisitos fiscales. Máxime en un marco donde las empresas y comercios han pasado a integrar la esfera estatal, al convertirlos la legislación fiscal en meros agentes de retención y de percepción de impuestos.

Pero esto ya forma parte de una cultura, porque si las gentes no accedieran a brindar a desconocidos sus datos personales (y muchas veces hasta íntimos que se leen en los formularios de solicitudes) no estaría tan extendido que empresas y comercios los requirieran con tanta frecuencia y en tan grandes detalles como suelen exigirlos. Es decir, en el mundo comercial y empresario de la Argentina juegan dos factores preponderantes: por un lado el miedo del empresario y comerciante al castigo estatal y por el otro lado la candorosa inocencia del potencial consumidor que cede sus datos personales e íntimos, hasta para comprar una simple licuadora.

Creemos que esto es una forma práctica de ver el intervencionismo estatal en plena función y en lo más cotidiano de la existencia humana.


 

sábado

El mito del pueblo trabajador

El mito del pueblo trabajador.




¿Quién no ha oído más de una vez ensalzarse los argentinos a sí mismos diciéndose y diciéndole a quien quisiera oírlos que el suyo es un "pueblo trabajador"? No sé el lector, pero yo al menos lo he escuchado muchísimas veces. Y debo confesar que hasta que no comencé a desempeñarme como consultor laboral de varias empresas, comercios y particulares, incluyendo mi propio Estudio, hasta yo llegué a creer en ese mito tan popular ayer y hoy. ¿Qué sucedió para que dejara de creer en la supuesta laboriosidad "innata" del argentino medio y pasara a sostener que la misma no es más que uno de los tantos mitos absurdos que sostienen los argentinos? Y es que desde los mismos comienzos de mi experiencia como consultor laboral y selector de personal, referida anteriormente, empecé a observar un fenómeno que, al principio, me llamó poderosamente la atención, pero que con su repetición pasó a ser algo a lo que me acostumbré a ver.
Para encuadrar el tema, hay que decir preliminarmente que el desempleo (económicamente hablando) reconoce varias causas que no es este el lugar ni el momento para que sean desarrolladas, pero que haciendo un esfuerzo por sintetizarla digamos que pueden reducirse a dos tipos: 1º lo que podemos llamar desempleo involuntario y 2º otro voluntario. El involuntario se dice en economía cuando el aspirante a trabajador quiere trabajar, está dispuesto a hacerlo al salario ofrecido por su potencial empleador, pero -sin embargo- no encuentra trabajo. El segundo tipo (voluntario) se dice cuando pudiendo conseguir trabajo al salario que desea ganar, no obstante decide no hacerlo, es decir, no emplearse. En Argentina, como en muchos otros países, existen por supuesto, ambos tipos de desempleo, pero el dato curioso (al menos para mí al principio) es que el desempleo voluntario muchas veces iguala o supera en cantidad al involuntario. Como consultor laboral me ha tocado trabajar para distintos grupos de empresas, comercios y particulares, los que ofrecían diferentes condiciones laborales de contratación, no obstante, he notado repetitivamente que aun ofreciendo muy buenos puestos de trabajo y muy bien remunerados los candidatos eran reticentes a aceptarlos, o directamente, los rechazaban. Y no estoy hablando de personas que ya tuvieran un empleo previo en el cual se estaban desempeñando al momento de la búsqueda, sino que me estoy refiriendo a personas que, al momento de presentarse en la búsqueda, se encontraban sin empleo. Es decir, que la alternativa que tenían no era la de pasar de una ocupación a otra, sino la de obtener un empleo desde la posición de desocupado.
Siguiendo a Ludwig von Mises, que dice que toda acción por ser acción es racional, la conclusión que he sacado, tras una considerable experiencia en este rubro y analizando otros factores concomitantes como las crisis recurrentes que vive la Argentina, su tendencia a caer en altos índices de pobreza, recesión, inflación, etc. es que el argentino, en particular, valora el ocio muchísimo más alto que el salario más elevado que el mercado pueda ofrecerle al momento de la decisión. Y me consta personalmente, por haber sido yo mismo el que he ofrecido salarios por encima de cualquier cifra que pudiera considerarse y calificarse como excelente.
Otro fenómeno observado repetitivamente en el mundo laboral argentino es la inestabilidad del empleado en un puesto fijo de trabajo. Atención que no estoy hablando de la inestabilidad del empleo que es cosa diferente. Sino que me refiero a la de la persona del empleado. A diferencia de otras culturas, el argentino medio no ve la estabilidad laboral en su lugar de trabajo como un medio para desarrollarse y crecer laboralmente dentro de la organización, como lugar donde proyectarse y hacer carrera, sino que ve a su empleador meramente como un simple escalón sin importancia, en una interminable escalera sin fin de empleos consecutivos. Es decir, se toma un empleo para probar suerte en el mismo, ganarse unos pesos durante un tiempo y luego de allí migrar a otro, o -preferentemente- hacia la inactividad completa, o sea, el desempleo, lo cual para la mayor parte de los argentinos, no es, en sí mismo, un problema, siempre y cuando se le pueda echar la culpa de la situación al "sistema".
Lo verdaderamente curioso del fenómeno, es que este hábito de saltar de un empleo a otro, en un lapso relativamente breve entre una empresa y la siguiente, tampoco tiene una motivación económica en sí misma, ya que en países como Argentina, el nivel de los salarios, en los distintos tipos de actividad, suele ser bastante parejo, habida cuenta la baja o escasa competitividad laboral existente. Si, por otra parte, se tiene en mira la escasa o nula proclividad que tienen muchos empleadores -lógicamente- a tomar personal que en sus antecedentes laborales demuestran un alto grado de rotación de un lugar de trabajo a otro, cosa que, por supuesto, también es sabida por quien aspira a ocupar un puesto de trabajo, se comprenderá con mayor facilidad que esta tesis de la aguda propensión del argentino medio al ocio tiene bastante fundamento.
No hay otra forma de explicar que muchos argentinos prefieran quedarse sin trabajo a pasar a otro empleo que, con mayor esfuerzo, les asegure un superior ingreso al que tenían en el anterior. Esta inestabilidad del empleado en su puesto de trabajo la he observado -incluso- en puestos muy bien remunerados, con lo que se confirma la regla que tiende a ser una constante.
A lo dicho hay que añadir que, los últimos gobiernos que el país ha padecido y padece, alientan la cultura del ocio, a la que ya es afecta de por si la masa media argentina, mediante subsidios estatales de todo tipo, tamaño y color. No es extraño que ante la opción de elegir un subsidio del estado sin esfuerzo ninguno y aceptar un puesto de trabajo en cualquier parte, el ciudadano medio se volcará decididamente por cobrar el subsidio, lo que a su vez, anima y alimenta el clientelismo político.
Y hay que agregar otro factor más que confirma el alto valor del ocio para el argentino, y que se revela al observar detenidamente la conducta del empleado dentro de su puesto de trabajo. Como promedio, puede decirse que el empleado se comporta laboriosamente durante los tres primeros meses de trabajo, digamos entre los 3 y 6 primeros meses de trabajo, lapso a partir del cual su rendimiento laboral se va paulatinamente relajando, no obstante lo cual, pretenderá, desde luego, conservar su empleo en la medida que su baja productividad no afecte su salario en el mismo sentido. De esta suerte, la brecha entre su productividad laboral y el salario que percibe se va ensanchando paulatinamente en su propio beneficio y en perjuicio de su empleador y también de sus compañeros más activos, que son los que normalmente deben cargar con el trabajo que el empleado ocioso deja de cumplir. Este último, es un comportamiento típico en la burocracia y claramente observable en todas las oficinas públicas, lo que ya es algo lamentablemente típico entre los argentinos, no obstante ello, también lo he observado, si bien en menor medida en empresas y comercios privados.
El cuadro resultante de todo lo dicho es: una minoría genuinamente trabajadora frente a una enorme mayoría proclive al ocio que, en definitiva, como consecuencia, querida o no, se termina convirtiendo en una clase parasitaria.
Atención que esto que digo no pretende liberar de responsabilidad al elenco gobernante, que sigue siendo el principal causante de la desocupación en cualquier país que se trate. Y desde luego, nuestra generalización tiene en cuenta -y mucho- las cuantiosas excepciones que existen para tal regla. Pero en este caso, como en muchos otros, la excepción confirma la regla. En realidad, los gobiernos forman parte de la clase parasitaria a la que hemos aludido antes.
Como comencé diciendo, las presentes reflexiones son aplicables al pueblo argentino, no en su totalidad, pero si en su mayoría, sin excluir, pese a todo, los posibles casos que existan en otras latitudes. Y hago esta aclaración porque me consta personalmente que existe si, una cultura positiva del trabajo en otras naciones y lugares.
Con semejante "cultura" negativa del trabajo no es extraño que un país se encuentre en crisis recurrentes, tal como le sucede a la Argentina.